Cabinas telefónicas, 1967-1968
Acrílico sobre masonite. 122 x 175,3 cm
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
Richard Estes (Kewanee, Illinois, 1932) es conocido como uno de
los fundadores del movimiento pictórico fotorrealista que nació
en los Estados Unidos a finales de los años sesenta y comienzos
de los setenta del pasado siglo. El artista, sin embargo, no se siente
identificado con esa etiqueta y prefiere ser considerado simplemente
como un pintor en el sentido tradicional de la palabra. Su
pintura no se agota en la alusión a la fotografía. Estes nunca se
limita a calcar una proyección fotográfica, sino que construye
una verdadera composición pictórica utilizando diversas tomas
fotográficas como materiales auxiliares, pero acudiendo al mismo
tiempo al dibujo, la perspectiva o el estudio de la luz.
Aunque haya pintado también paisajes de la naturaleza, Richard
Estes es ante todo un pintor de ciudades: Chicago, París,
Venecia, San Francisco, Praga, Barcelona, Londres, Córdoba, Florencia...
y especialmente Nueva York, la urbe a la que ha dedicado
una atención más temprana y más prolongada. Manhattan
constituye la matriz de todas las ciudades que Estes ha pintado,
como Central Park es el modelo de todos sus paisajes campestres,
y la Bahía de Nueva York engendra todas sus vistas acuáticas,
desde el Gran Canal hasta el Mar de Mármara. En las vistas
de ciudades de Richard Estes hay infinidad de signos que nos
hablan de un tiempo y un lugar: los modelos de automóviles, las
vallas publicitarias, los escaparates, hasta la ropa que visten los
peatones. Pero más allá de ese componente efímero, la ciudad,
cada ciudad, se despliega en la obra de Estes como un cristal,
como una estructura cristalina que tiene infinitas facetas y que
reaparece siempre idéntica y siempre cambiante.
El realismo de Estes no es una reproducción pasiva de lo que
vemos, sino más bien un cuestionamiento de lo visible. Ése es
el sentido del uso casi obsesivo de los reflejos. Desde que en
1967 pintó el edificio Flatiron reflejado en la chapa de un automóvil,
los reflejos aparecen por doquier en la obra de Estes: en la
carrocería de los coches y los autobuses, en los cristales de los
escaparates, en el agua. Estas superficies reflectantes no son
lisas y uniformes; están llenas de olas y remolinos que alteran
y deforman lo que se refleja en ellas. Al desplegarse sobre estas
superficies, los objetos reales se convierten en monstruos fantásticos
e irreconocibles, como los desnudos femeninos en las fotografías
de André Kertesz. A veces, nuestra única percepción del
mundo real en la pintura de Estes se da a través del reflejo, y en
él, el mundo aparece invertido, fragmentado y distorsionado.
Otras veces el mundo se desdobla. Una pared de cristal
atraviesa el espacio en profundidad y lo divide en dos mitades:
dentro y fuera del autobús, dentro y fuera del escaparate.
Durante una gran parte de su carrera, Estes se ha concentrado
en explorar esa ambigüedad del cristal que a veces transparenta
y a veces refleja y otras veces aun refleja y transparenta
a la vez, confundiéndolo todo. Los escaparates son lugares
mágicos, donde conviven reflejos y transparencias, donde se
interpenetran exterior e interior. Todo esto recuerda al juego
de Monet en sus tardíos jardines acuáticos: reflejos y reflejos
de reflejos donde perdemos el sentido de la sustancia y hasta
del arriba y el abajo. Richard Estes, en fin, no es un realista sin
cabeza, sino un pintor que nos complica la visión de la realidad.
Es un artista barroco que se complace perversamente en los
trampantojos y los espejismos. Es un creador de laberintos donde
lo natural y el artificio, la realidad y la apariencia, son invitados
a un baile de máscaras.