La presente exposición
intenta ilustrar este proceso a través de tres grandes conjuntos temáticos centrados en
la tradición pictórica de los Países Bajos, la pintura norteamericana y la pintura
europea del siglo XIX.
Los pintores holandeses del
siglo XVII fueron los iniciadores del naturalismo pictórico. En su afán por plasmar el
entorno que les rodeaba de una manera verosímil, realizaron frecuentes esbozos y estudios
al aire libre. Más tarde, ya en el taller, aquellos eran reinterpretados en el seno de
composiciones equilibradas, perfectamente acabadas. Más que permanecer fieles a una
realidad concreta, los paisajes y vistas urbanas de artistas como Van Goyen, Ruysdael, De
Witte y Van der Neer expresan la prosperidad de la joven nación holandesa y afianzan el
sentimiento religioso del espectador a través de la monumentalización del paisaje, el
empleo de la luz con un valor simbólico, el amplio desarrollo de los celajes, etc. De
modo parejo, las escenas de género de Steen, De Hooch y Vrel poseen un marcado sentido
moralizador.
Los artistas norteamericanos
del siglo XIX, por su parte, no dudaron en hacer del paisaje el género artístico por
excelencia, convencidos de que su pueblo había sido agraciado con el usufructo de un
territorio edénico. Ciencia, arte y religión, cada una a su manera, compartían así una
aspiración común: desvelar los secretos del Libro Sagrado de una naturaleza no
corrompida por la civilización, a diferencia de la europea. Tal pensamiento recorre la
obra de artistas como Church, Bierstadt y Kensett, cuyos óleos conjugan el acercamiento
casi científico a la naturaleza -esto es, la detención en el detalle más minucioso- con
la expresión de su sacralidad -en este caso, mediante el empleo de composiciones
efectistas-. La sacralidad del paisaje -característica del arte norteamericano hasta las
últimas décadas del XIX- también se aprecia en el luminismo de Heade, Richards, Jones y
Hart -herederos todos ellos de la pintura holandesa del siglo XVII-, cuyas obras respiran
silencio y misticismo en sus luces resplandecientes, su estatismo y la estricta
ordenación de los motivos.