Volver a la home
A su regreso de París en 1924, Miró se encontró en Mont-roig con los paisajes que había dejado sin finalizar el verano anterior. Destruyó muchos de ellos, conservando algunos que presentaban solamente un dibujo simple y esquemático. Fuertemente influido por Nietzsche, a quien había descubierto gracias a su amigo André Masson, Miró veía en estos cuadros sencillos la posibilidad de superar la degeneración de la pintura (síntoma y consecuencia, para él, de la decadencia del hombre moderno) y de emprender el regreso a un tiempo primordial, anterior a la civilización y a la historia, una vuelta al origen. A partir de ese momento y hasta 1927 Miró pintó una serie de telas en las que los fondos monocromos parecen resultado de la improvisación, mientras que las líneas dibujadas (a veces palabras caligrafiadas) sobre esos fondos son fruto de un proceso lento de transfiguración poética. La culminación de este periodo se encuentra en una serie de seis paisajes de gran formato, que Miró pintó en 1927. A pesar de la simplicidad de su composición, en esos paisajes monumentales continúa presente la voluntad narrativa y mitográfica del artista. A través del desafío del espacio vacío, marcado por la línea de horizonte, Miró construye un escenario que evoca un instante privilegiado, una especie de iluminación, a la vez cósmica e íntima, como las que se pueden encontrar en la poesía de Rimbaud o en los relatos míticos de las culturas más primitivas.
Paisaje con conejo y flor
Paisaje (la liebre)












Joan Miró
Paisaje (la liebre), otoño de 1927
(Paysage (Le Lièvre))
Óleo sobre lienzo. 129,6 x 194,6 cm
Solomon R. Guggenheim Museum,
Nueva York, 57.1459
Joan Miró
Paisaje con conejo y flor, otoño de 1927
(Paysage au lapin et à la fleur)
Óleo sobre lienzo. 129,9 x 195,5 cm
National Gallery of Australia, Canberra
Adquirido en 1983